martes, 19 de noviembre de 2013

En la presentación de “Las noches con Claudia”


Conste que estoy aquí por empeño personal del autor a quien no convencí de que debería buscar para su puesta de largo en la capital de Galicia a alguien de más campanillas que las mías, sin duda diluidas éstas en la noche de los tiempos, aquellos en que me hice famoso. Sin duda que Álvaro Otero ganaría más hoy si se hubiera traído para apadrinarlo a nuestro colega Manolo Rivas o incluso a Méndez Ferrín. Pero él quiso que estuviera aquí su amigo Miguel Boó por encima de cualquier planteamiento comercial. Y se lo agradezco. Entre otras cosas porque más temprano que tarde podré presumir de codearme con un afamado escritor.
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Álvaro Otero, no hace falta que lo diga yo, es un escritor consagrado. Ya no sé si su condición de escritor es la que complementa a su vocación y profesión de periodista o si esto es al revés. Pero en cualquier caso, Álvaro Otero escribe como dios. De hecho, si aceptara formar parte de mi nueva banda de rock, sería el guitarra solista. Es más, escribe infinitamente mejor que corre, y eso ya lo dije hace ahora trece años cuando tuve el honor de presentar en público otra de sus anteriores creaciones “Días de agua”, una narración de la que destaqué, si mal no recuerdo, su trama electrizante, apasionante y escalofriante.
 
Si entonces, en el año 2000, dije que escribía infinitamente mejor que corre, ¡que no diré hoy que puedo abatir dos pájaros de un tiro contando la misma anécdota!. Aludía entonces, sin entrar en detalles como ahora, a que el joven redactor de Diario 16 de Galicia, Álvaro Otero, retó a su director, un servidor, a cubrir los doce kilómetros que hay entre Peitieiros (Gondomar) y la playa de Patos en Nigrán. Como una verdadera liebre zarpó el irrespetuoso plumilla y puso tierra de por medio –mucha tierra de por medio- con quien les habla. Pero el veterano rival que uno era ya entonces, dosificó su esfuerzo a tal punto que en los arenales de Playa América, con el futuro escritor fundido ya en la miseria del sobreesfuerzo, lo rebasó por la izquierda y llegó a meta con más de dos minutos de ventaja.
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Pues bien, semanas antes, el tercer compañero de esta mesa, el ilustre Carlos Punzón, a la sazón redactor jefe del mismo diario, también me había desafiado –estamos hablando de 1991 o 1992- en idéntica prueba atlética. En este caso, la derrota lo fue sin paliativos: el insolente joven que entonces era el hoy conspicuo Carlos Punzón, llegó a la meta con 10 minutos de retraso sobre su imparable jefe. (¡¡Dios qué gozada solo de pensarlo!!).
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Supongo que lo que ocurrió después fué su venganza… Aquel día el insuperable actor que es Rafael Álvarez “El Brujo” escenificaba su particular trasunto del Lazarillo de Tormes en el García Barbón de Vigo. Mi mujer y yo habíamos llegado tarde al teatro –no diré por culpa de quién- y, de puntillas, buscábamos nuestras localidades en el patio de butacas, entre inevitables y casi (CASI) imperceptibles cuchicheos. Pero, ¡tierra trágame!, en esto que Rafael Álvarez, deja de recitar y dirigiéndose a nosotros nos dice:
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- ¿Qué? Llegando tarde, ¿eh?. Muy bonito… En fin. Vamos a hacer una cosa. Yo les voy a hacer un resumen de lo que he dicho hasta ahora y después ya…, si quieren entrar en detalles y eso…, pues se toman un cafelito con sus vecinos de butaca y que se lo cuenten… ¿Les parece?
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Al día siguiente tuve que leer en mi propio periódico que su director había quedado en evidencia ante el selecto público que abarrotaba el teatro vigués.
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Lo cierto es que de aquel mítico diario, además de salir buenos periodistas también se recogieron cosechas de notables escritores: ahí están Xavier López, Pepe Domínguez, Francisco Alonso y, por supuesto Álvaro Otero (además de Manolo Rivas que ya entonces despuntaba). Lo que no me explico es a qué espera alguno de ellos para escribir la definitiva novela de Diario 16 de Galicia, después de que en una plantilla de no más de 30 ó 40 periodistas, hayan fallecido ya 7 de ellos (3 de cáncer, 1 de infarto, 1 por una garrapata, 1 atropellado y una querida amiga que se suicidó). Descansen en paz.
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Pero antes de “Días de agua” y si no me he perdido algo, la irrupción a lo grande de Álvaro Otero en el arte literario lo fue con la kafkiana y marítima “Waelrad”, de inquietante factura en la que se narraba el varamiento de una ballena de 32 metros de eslora en un puerto que, con seguridad, era el de su Bueu natal. Un cetáceo 12 metros más largo que el que estos días, por cierto, llena las portadas de los periódicos.
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Las noches con Claudia”, que hoy se presenta en sociedad es –de momento- la última aportación con la que Álvaro nos regala su dominio del lenguaje, su maestría en el arte de la trama y su habilidad para cautivarnos en sus universos. No me va a tocar a mí la misión de transmitirles a ustedes la disección y autopsia que sobre la obra ha hecho este grande del periodismo que es Carlos Punzón, a quien cedo la palabra.

(Compostela, 8 de novembro de 2013 / Librería Couceiro)