En la presentación de “Las noches con Claudia”
Conste
que estoy aquí por empeño personal del autor a quien no convencí
de que debería buscar para su puesta de largo en la capital de
Galicia a alguien de más campanillas que las mías, sin duda
diluidas éstas en la noche de los tiempos, aquellos en que me hice
famoso. Sin duda que Álvaro Otero ganaría más hoy si se hubiera
traído para apadrinarlo a nuestro colega Manolo Rivas o incluso a
Méndez Ferrín. Pero él quiso que estuviera aquí su amigo Miguel
Boó por encima de cualquier planteamiento comercial. Y se lo
agradezco. Entre otras cosas porque más temprano que tarde podré
presumir de codearme con un afamado escritor.
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Álvaro
Otero, no hace falta que lo diga yo, es un escritor consagrado. Ya no
sé si su condición de escritor es la que complementa a su vocación
y profesión de periodista o si esto es al revés. Pero en cualquier
caso, Álvaro Otero escribe como dios. De hecho, si aceptara formar
parte de mi nueva banda de rock, sería el guitarra solista. Es más,
escribe infinitamente mejor que corre, y eso ya lo dije hace ahora
trece años cuando tuve el honor de presentar en público otra de sus
anteriores creaciones “Días de agua”, una narración de la que
destaqué, si mal no recuerdo, su trama electrizante, apasionante y
escalofriante.
Si
entonces, en el año 2000, dije que escribía infinitamente mejor que
corre, ¡que no diré hoy que puedo abatir dos pájaros de un tiro
contando la misma anécdota!. Aludía entonces, sin entrar en
detalles como ahora, a que el joven redactor de Diario 16 de Galicia,
Álvaro Otero, retó a su director, un servidor, a cubrir los doce
kilómetros que hay entre Peitieiros (Gondomar) y la playa de Patos
en Nigrán. Como una verdadera liebre zarpó el irrespetuoso plumilla
y puso tierra de por medio –mucha tierra de por medio- con quien
les habla. Pero el veterano rival que uno era ya entonces, dosificó
su esfuerzo a tal punto que en los arenales de Playa América, con el
futuro escritor fundido ya en la miseria del sobreesfuerzo, lo rebasó
por la izquierda y llegó a meta con más de dos minutos de ventaja.
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Pues
bien, semanas antes, el tercer compañero de esta mesa, el ilustre
Carlos Punzón, a la sazón redactor jefe del mismo diario, también
me había desafiado –estamos hablando de 1991 o 1992- en idéntica
prueba atlética. En este caso, la derrota lo fue sin paliativos: el
insolente joven que entonces era el hoy conspicuo Carlos Punzón,
llegó a la meta con 10 minutos de retraso sobre su imparable jefe.
(¡¡Dios qué gozada solo de pensarlo!!).
.
Supongo
que lo que ocurrió después fué su venganza… Aquel día el
insuperable actor que es Rafael Álvarez “El Brujo” escenificaba
su particular trasunto del Lazarillo de Tormes en el García Barbón
de Vigo. Mi mujer y yo habíamos llegado tarde al teatro –no diré
por culpa de quién- y, de puntillas, buscábamos nuestras
localidades en el patio de butacas, entre inevitables y casi (CASI)
imperceptibles cuchicheos. Pero, ¡tierra trágame!, en esto que
Rafael Álvarez, deja de recitar y dirigiéndose a nosotros nos dice:
.
-
¿Qué? Llegando tarde, ¿eh?. Muy bonito… En fin. Vamos a hacer
una cosa. Yo les voy a hacer un resumen de lo que he dicho hasta
ahora y después ya…, si quieren entrar en detalles y eso…, pues
se toman un cafelito con sus vecinos de butaca y que se lo cuenten…
¿Les parece?
.
Al
día siguiente tuve que leer en mi propio periódico que su director
había quedado en evidencia ante el selecto público que abarrotaba
el teatro vigués.
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Lo
cierto es que de aquel mítico diario, además de salir buenos
periodistas también se recogieron cosechas de notables escritores:
ahí están Xavier López, Pepe Domínguez, Francisco Alonso y, por
supuesto Álvaro Otero (además de Manolo Rivas que ya entonces
despuntaba). Lo que no me explico es a qué espera alguno de ellos
para escribir la definitiva novela de Diario 16 de Galicia, después
de que en una plantilla de no más de 30 ó 40 periodistas, hayan
fallecido ya 7 de ellos (3 de cáncer, 1 de infarto, 1 por una
garrapata, 1 atropellado y una querida amiga que se suicidó).
Descansen en paz.
.
Pero
antes de “Días de agua” y si no me he perdido algo, la irrupción
a lo grande de Álvaro Otero en el arte literario lo fue con la
kafkiana y marítima “Waelrad”, de inquietante factura en la que
se narraba el varamiento de una ballena de 32 metros de eslora en un
puerto que, con seguridad, era el de su Bueu natal. Un cetáceo 12
metros más largo que el que estos días, por cierto, llena las
portadas de los periódicos.
.
“Las
noches con Claudia”, que hoy se presenta en sociedad es –de
momento- la última aportación con la que Álvaro nos regala su
dominio del lenguaje, su maestría en el arte de la trama y su
habilidad para cautivarnos en sus universos. No me va a tocar a mí
la misión de transmitirles a ustedes la disección y autopsia que
sobre la obra ha hecho este grande del periodismo que es Carlos
Punzón, a quien cedo la palabra.
(Compostela,
8 de novembro de 2013 / Librería Couceiro)
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